En términos generales, se puede decir que la reciente cumbre de presidentes sudamericanos en Brasilia, convocada por el presidente Lula Da Silva, fue un reflejo concreto del giro político-electoral hacia el campo progresista que se ha producido recientemente en la región. Si bien este cambio de órbita geopolítica aún tiene que garantizar su horizonte de posibilidades en el mediano plazo, ya produjo en la capital brasileña una primera imagen que señala un cambio de época.
La reunión, a nivel simbólico, representa también el fin oficial de un ciclo de fragmentación, amarga disputa política e intentos planificados de destrucción de las plataformas intergubernamentales que surgieron, en los primeros años del siglo XXI, como un poder alternativo al monopolio de El «panamericanismo» estadounidense.
El resultado de este proceso ha sido un notable retroceso de la dinámica institucional de integración regional por parte del bloque de poder liberal-conservador que se ha apoderado de una parte importante de los gobiernos en la última década. Ahora, por encima de esos escombros, los líderes enfrentan el desafío de construir un regreso para reposicionar a la región en el tablero de ajedrez geopolítico. Esto ocurre en un momento en que la lucha por el poder entre potencias en declive y emergentes se agudiza, y el continente sudamericano se encuentra en un momento de grandes definiciones de su destino geoestratégico.
El momento de la reunión diplomática que tuvo lugar en el Palacio de Itamaraty es triste: la última cumbre de UNASUR se realizó en 2014, es decir, han pasado casi diez años para que los líderes sudamericanos se reúnan nuevamente en el mismo espacio. Diez años, es decir, en los que la geopolítica internacional ha sufrido cambios en sus ritmos, en el equilibrio de poder y en los patrones de integración económica, cambios en los que la región no ha jugado un papel representativo. ¿Hasta ayer?
El resultado de la reunión podría despertar optimismo con reservas. Se ha definido una hoja de ruta con tiempos precisos para fortalecer los mecanismos de integración y UNASUR. UNASUR fue fundada en 2008 y gozó de un enorme prestigio e influencia durante sus primeros años. Ahora vuelve al escenario como una plataforma para viabilizar los esfuerzos por una región unificada, con voz propia y que permita el fortalecimiento de sus miembros a través de la complementariedad económica y financiera, una asignatura pendiente que ha sido pospuesta durante años.
Si bien la reunión dio la impresión de que América del Sur se ha desprendido de la imagen de irrelevancia que la ha lastrado durante años, el curso de los acontecimientos continúa evolucionando en una tendencia de fragilidad, inestabilidad y discrepancia de criterios. El presidente Gustavo Petro, quien en la cumbre anunció el regreso de Colombia a la UNASUR, enfrenta hoy la prefiguración de un escenario golpista tras la disolución de su coalición de gobierno. El pronóstico de si saldrá en pie de esta batalla aún es reservado.
Argentina, uno de los polos clave de la institución por su peso económico y simbólico, enfrenta a fines de este año un proceso electoral presidencial, donde un resultado desfavorable para el peronismo podría retrasar el avance de la integración. Por otro lado, la crisis institucional en Perú parece estar lejos de resolverse, y no parece que el presidente Gabriel Boric y el presidente Luis Lacalle Pou tengan intenciones de emprender un renovado impulso hacia la integración, más allá de lo estrictamente institucional, de cara a su declaraciones contra el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante la reunión.
El presidente venezolano asistió a la cumbre y, como era de esperarse, fue el centro de atención. La presencia del presidente reconfirmó que cuestionar su legitimidad como mandatario es cosa del pasado y que su reintegración a la arena regional es un hecho consumado. Debido al peso objetivo del liderazgo de Lula y al peso económico y geopolítico de Brasil, esta nueva meta de normalizar la presencia de Maduro en importantes foros internacionales ha tenido un importante añadido simbólico: ha sido acogida con elogios en el mismo país que, hasta hace poco, durante el gobierno de Jair Bolsonaro movilizó importantes esfuerzos políticos y diplomáticos para consolidar el aislamiento del líder venezolano.
En ese sentido, la cumbre de Brasilia fue un hito definitivo y el sello de una trayectoria de decadencia del relato impuesto sobre la supuesta ilegitimidad de su mandato ganado en las urnas en 2018. Si su participación en la cumbre de la CELAC en Ciudad de México en 2021 es sido el primer capítulo en la recuperación de su reconocimiento internacional, el viaje a Egipto para la COP27 a fines del año pasado habría sido el intermedio, con la reunión en Brasilia que habría sido el escenario del epílogo de esa narrativa protagonizada sobre todo por Washington.
El relanzamiento de la integración regional a través de UNASUR debe incluir necesariamente a Venezuela, por su peso simbólico y económico y su estabilidad política, que contrasta con otros países de la región.
Dado que la tendencia de inestabilidad parece ser la norma en la zona sur del continente, el eje Brasil-Caracas-Bogotá-La Paz, a la espera de que la evolución de los acontecimientos en Colombia sea favorable para Petro y ante la incertidumbre de Argentina, Ecuador , y Chile parecen ser el eje de la movilización de una agenda renovada para relanzar el papel geopolítico decisivo que América del Sur está llamada a jugar.
Guillermo serafín es un politólogo, analista e investigador venezolano especializado en geopolítica. Es miembro del equipo de análisis de Misión Verdad.
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